Había una vez una mujer que vivía sola con su bebé y su gato, en una casita en medio del bosque.
Un día, ella tenía que salir, pero estaba muy preocupada porque no quería dejar a su bebé solo, pero tampoco podía llevárselo a donde iba. Así que miró a su mascota y le dijo:
-Gatito mío, por favor, cuídame a mi bebé, no tardaré en regresar- y salió de su casa.
Al rato de irse la mujer, se apareció el diablo en la casa y el gato, al verlo, saltó frente a la cuna del niño sin intimidarse -porque es bien sabido que los gatos son los únicos animales que no le temen a este ser tan maligno-.
-¿Qué es lo que quieres?- le preguntó.
-¡Vengo a llevarme a ese bebé!
-Pues no puedes, porque lo estoy cuidando yo, dijo el gato justo antes de lamerse una patita.
-Insolente animal, tú no puedes hacer nada para evitarlo.
-Muy bien- dijo el gato astutamente-, te propongo algo: si adivinas cuál es el número exacto de pelos que tengo en todo mi cuerpo, podrás llevarte al bebé. Pero si fallas te irás y nunca más volverás a aparecer por aquí. Te daré tres oportunidades para adivinar. ¿Hay trato?
El diablo, que nunca había podido resistirse a los desafíos, aceptó, pensando que sería fácil. Y con mucha paciencia, comenzó a contarle los pelos al gato.
-Uno… dos… tres…- entonces un pájaro cantó en la ventana, distrayéndolo y haciéndolo perder la cuenta.
-Llevas una oportunidad- dijo el minino.
Enojado, el diablo empezó a contar de nuevo.
-Cien... doscientos… trescientos…
En ese momento, el viento entró por la ventana y agitó los pelos del gato, haciendo que el maligno perdiese la cuenta una vez más.
-Ya llevas dos oportunidades-, le recordó el gato.
Nervioso, el diablo se puso a contar de nuevo, prometiéndose que ya nada lo iba a distraer.
-Un millón… dos millones… tres millones…
Entonces el gato movió suavemente la cola rozándole la nariz, y el diablo estornudó fuertemente, haciendo que se le soltaran pelos al gato.
-Perdiste tu última oportunidad. Ahora vete de esta casa y no vuelvas jamás.
El diablo se sintió tan furioso por haber perdido, que allí mismo formó un berrinche de proporciones épicas... pero no pudo tocar al bebé, porque un trato con el diablo siempre se cumple... por ambas partes. Eso sí, se marchó de vuelta al infierno jurándole al gato que algún día adivinaría cuántos pelos tenía y cuando eso ocurriera, su venganza sería terrible.
Cuando la mujer regresó a su casa, al no saber nada de lo sucedido, besó y abrazó a su pequeño, y agradeció con unas caricias detrás de las orejas al minino, por ser tan buen niñero.
Es por eso que los gatos hasta hoy en día, sueltan pelo todo el tiempo. Porque de esa manera, el diablo nunca cumplirá su venganza al no saber cuántos pelos tienen en realidad.
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