Aisha Qandisha, a veces llamada simplemente Ayesha, es la diosa de los vampiros de la región de Cártago.
Aisha, junto con Lilith, la madre de los vampiros, es una de los súcubos más aterradores y antiguos de la mitología. Su nombre significa: La que adora ser mojada. Recios investigadores árabes sostinenen que el epíteto proviene de un extraño tratamiento cosmético, al que Cleopatra no fue indiferente, que consistía en embadurnarse el rostro con semen.
Otros estudiosos, acaso menos propensos a elucubraciones lascivas, sostienen que Ayesha es nada menos
que Qadesha, aquella dama sexualmente libre del templo de Caanan que servía a la diosa Astarté. El argumento tendencioso sobre el orígen demoníaco de Aisha sirvió a los propósitos del Vaticano, especialmente durante las cruzadas, ya que Aisha era, según dicen, la esposa preferida de Mahoma, una especie de reencarnación de aquella deidad vampírica al servicio del enviado de Alá. Erradicado el fervor demoníaco en Europa, Aisha pasó a engrosar el panteón de diosas africanas. Se la ubica en las costas de Marruecos como una mujer bellísima, aunque con un defecto insoslayable: posee patas de cordero. Mitógrafos entusiastas advierten sobre la danza de Aisha, que enloquece a los viajeros, convirtiéndolos en candorosos esclavos sexuales. Una vez agotados, Aisha bebe la sangre de sus amantes y deja los huesos a su Djinn personal, Hammu Qaiyu, eternamente celoso de los amoríos de su señora. No obstante su descenso de los mitos a las tradiciones populares, descenso debatible por cierto, Aisha conserva algunos rasgos de su origen divino. Sólo se la puede matar con una daga de hierro, que deberá asegurarla firmemente a la tierra. Esta operación, vale aclararlo, no la elimina permanentemente, apenas destruye su cuerpo, el cual se regenera con el cambio de las estaciones. Para enfrentarse a Aisha se deben tomar los siguientes recaudos: entrar en un estado de trance, mediante el cual se podrán eludir las pulsiones erectiles que provoca la diosa, y atacarla con el ojo derecho vendado, ya que este es quien se confunde por la belleza de Aisha, impidiéndole al héroe de turno advertir las soberbias patas de cordero de la diosa. En Babilonia se recomendaba enviar soldados previamente masturbados para enfrentarse a la diosa, con la esperanza de que el agotamiento sexual funcionase como antídoto para las insinuaciones letales de Aisha. Protero, un ciudadano romano en Cártago, sostuvo que los babilonios eran unos amanerados, y se lanzó al yermo sin tomar las recomendaciones mencionadas. Se dice que Aisha perdonó su intrepidez, y que aún hoy vaga en las arenas interminables balbuceando mitos que ya nadie recuerda.
que Qadesha, aquella dama sexualmente libre del templo de Caanan que servía a la diosa Astarté. El argumento tendencioso sobre el orígen demoníaco de Aisha sirvió a los propósitos del Vaticano, especialmente durante las cruzadas, ya que Aisha era, según dicen, la esposa preferida de Mahoma, una especie de reencarnación de aquella deidad vampírica al servicio del enviado de Alá. Erradicado el fervor demoníaco en Europa, Aisha pasó a engrosar el panteón de diosas africanas. Se la ubica en las costas de Marruecos como una mujer bellísima, aunque con un defecto insoslayable: posee patas de cordero. Mitógrafos entusiastas advierten sobre la danza de Aisha, que enloquece a los viajeros, convirtiéndolos en candorosos esclavos sexuales. Una vez agotados, Aisha bebe la sangre de sus amantes y deja los huesos a su Djinn personal, Hammu Qaiyu, eternamente celoso de los amoríos de su señora. No obstante su descenso de los mitos a las tradiciones populares, descenso debatible por cierto, Aisha conserva algunos rasgos de su origen divino. Sólo se la puede matar con una daga de hierro, que deberá asegurarla firmemente a la tierra. Esta operación, vale aclararlo, no la elimina permanentemente, apenas destruye su cuerpo, el cual se regenera con el cambio de las estaciones. Para enfrentarse a Aisha se deben tomar los siguientes recaudos: entrar en un estado de trance, mediante el cual se podrán eludir las pulsiones erectiles que provoca la diosa, y atacarla con el ojo derecho vendado, ya que este es quien se confunde por la belleza de Aisha, impidiéndole al héroe de turno advertir las soberbias patas de cordero de la diosa. En Babilonia se recomendaba enviar soldados previamente masturbados para enfrentarse a la diosa, con la esperanza de que el agotamiento sexual funcionase como antídoto para las insinuaciones letales de Aisha. Protero, un ciudadano romano en Cártago, sostuvo que los babilonios eran unos amanerados, y se lanzó al yermo sin tomar las recomendaciones mencionadas. Se dice que Aisha perdonó su intrepidez, y que aún hoy vaga en las arenas interminables balbuceando mitos que ya nadie recuerda.